El parto: fuente de poder y transformación
- Francisca Gálvez
- 25 jun 2019
- 5 Min. de lectura

Santiago, 2017 Todo comenzó desde que inicié la gestación de mi Leonardo. De un tiempo a esta parte, leyendo y problematizando, la idea del parto en casa se fue haciendo más y más fuerte en mi mente, en especial, porque constituye la forma de parto en esta sociedad donde el instinto puede aflorar y ello es requerido en ese momento tan crucial. Así, desde el comienzo de mi embarazo, busqué a una matrona que atendiera este tipo de parto. Sin embargo, durante el embarazo comencé a dudar a ratos respecto si tenerlo en hospital, clínica o en casa… El miedo tocaba a mi puerta, debido a las historias que me llegaron de bebés fallecidos por partos de casa pero sin profesionales. Con esas imágenes, aún con profesionales a la mano, no sabía qué decisión tomar para la seguridad de mi bebé. Esta pregunta me nacía a causa de mi decisión de anteponer las necesidades vitales de mi hijo, a la opción de parto en casa de modo idealista. Vale decir, a medida que crecía Leonardo, las dudas se hacían más grandes y lo único que tenía claro era que no deseaba tomar una decisión desde el miedo o solo desde mis fantasías personales sobre el parto ideal, sino que desde la certeza de mi ser mujer y madre, pensando en lo mejor para nosotros y la familia. El embarazo me transformó, transformó mi vida. Y aún ni me imaginaba lo que venía…. Sin darme cuenta, sentí que repentinamente cumplí los nueve meses y me decidí por un parto en casa, decisión que me guardé solo para mi y mi pareja, dado que en este periodo tan vulnerable –las últimas semanas de gestación– no quería recibir el pánico ajeno. Si, pánico. La gente y sobre todo las mujeres tenemos pánico a quedar embarazadas, pánico a parir, pánico a la maternidad… ¡Dejemos de vivir asustadas! Confiemos en la vida: la maternidad –el proceso creador de vida por excelencia– es un rito de paso potente para aquella que quiera vivirlo. Específicamente, en mi caso y en otros que conozco, si se vive de modo consciente y con respeto, te empodera, te transforma y te da fuerza. Así, luego de mi parto, sentía que si había parido un bebé tan hermoso, ¡podía hacerlo todo! De un momento a otro, el miedo se transformó en fuerza. De hecho, la maternidad te conecta con la meditación del saber “estar” y parar de “hacer”. Es potente, porque te lleva en un viaje a lo más profundo de ti, de tu poder, de tu ser mujer y madre, de tu fuerza y de tu capacidad de contemplación, juego, creatividad, paciencia y conexión con la mamífera interna. Con esto último me refiero a la parte salvaje, aquella que no está domesticada y es instintiva, que se permite ser espontáneamente, dejando de lado la norma social de lo que «debe ser»… Te permite saber quién eres. En este sentido, en el presente texto me he detenido un rato en lo anterior, porque el parto constituyó precisamente la iniciación de esta idea de la maternidad como fuerza interna y transformación. Mi parto comenzó la noche del 29 de enero del 2017, cuando “rompí aguas” y por ello me asusté. Yo sabía de qué se trataba, en qué consistía lo que estaba viviendo, pero no pude evitar sentirme asustada: ya venía Leonardo, mi bebé, ¿y cómo sería esto de ser madre?, ¿lo haría bien?, ¿qué pasaría?, ¿cómo sería? Llamé a mi matrona y lo primero que me dice es que ella está muy enferma, es decir, que ella no podría atenderme y lo haría su reemplazo. Luego, me dijo que debía esperar hasta el día siguiente y que por mientras descansara. Dormí y desperté toda esa noche, ya que estaba pendiente que el bebé no dejara de moverse. Al día siguiente en la mañana fuimos con mi pareja a realizarme un monitoreo por recomendación de la matrona, para asegurarnos de que estuviera todo bien con el bebé, a fin de seguir el parto en casa. Al monitorear a Leonardo en la clínica, los profesionales concluyeron que estaba todo bien. No obstante, la matrona me plantea que ellos no esperaban más de 18 horas después de romperse el saco amniótico, para inducir el parto, porque pasado ese tiempo aparecía un riesgo de que entrara una infección al bebé. Me entró la duda: ¿en casa?, ¿o aquí?, ¿seré irresponsable de tenerlo en mi casa? Me fui a mi casa pensando que opción tomaría y decidí esperar unas horas haber si comenzaban las contracciones. Mi matrona me dio un súper jugo (piña, aceite de ricino, y almendras) para inducir las contracciones de forma natural, igualmente, una amiga me recomendó unas píldoras homeopáticas para el mismo efecto. Me lo tome todo, y ya a las cinco de la tarde comenzaron las contracciones. Cuando esto sucedió, no dudé en quedarme aquí, en mi hogar. Al principio disfruté con mi pareja, abrazados y besándonos. Fue rico sentir esas marejadas que son las contracciones, contenida y con el cariño de mi amado. Para mí, era conectar con la bendita energía del amor y el sexo, que fue lo que trajo a mi Leonardo al mundo. Luego, a medida que las contracciones se intensificaron, me entregué a un proceso interno que me desconectó de todo lo que pasaba fuera, y me interné en un mundo de sensaciones con mi bebé. Para mí, las contracciones son un «dolor de marejadas», que te guía hacia qué movimiento es el siguiente, para así abrirte a tu bebé. Me movía y me movía, abriéndome, sintiendo y permitiendo que cada contracción simplemente viniera, y así yo la atravesaba con tranquilidad. No hay que resistirse, hay que entregarse. Me di un baño para relajarme, pero cada minuto que pasaba todo se volvía más y más intenso. La venida de mi hijo era arrasadora, venia ya… con todo. En el baño comenzaron las ganas de pujar. Era muy potente la sensación, es lo más potente que he sentido… es una fuerza irrefrenable, así como un tornado interno, a saber, entrar en un trance donde existía una fuerza que te atravesaba y donde no había posibilidad de resistirse a ella, porque simplemente venía Me salí del baño y fui al living para tener más espacio y posicionarme. Adopté la postura de «apoyo en cuatro», y de ahí no pude moverme más… así iba a nacer. Este fue el momento más intenso de todo, fue el momento en que sentía temor a desintegrarme, a romperme, a que mi “yo” o mi “ego” desapareciera. Para el mundo del tarot, sería una sensación como la descrita por las cartas «la torre» y «el colgado», en una mezcla inseparable. Entonces, opuse resistencia y dolió; sí, dolió; pero no la contracción, sino que mi resistencia a ella. Decidí poner mis manos en mi vagina, ¡y sentí su cabeza! ¡Qué sensación más única! ¡Estaba ahí! ¡Justo ahí! ¡Se sentía como un milagro que las palabras no pueden explicar! Entonces solté, solté todo el miedo y pujé, pujé y grité, y salió su cabeza. Pujé y grité de nuevo y salió su cuerpo… La matrona lo tomó y me lo pasó inmediatamente. ¡Pero qué cosa más increíble! ¡No podía creer que estuviera ahí! ¡En mis brazos! Es una magia única sentir a tu bebé por primera vez en tus brazos, y las palabras nunca van a ser suficientes para describirla. Todo el proceso es un regalo y un don de la vida. Gracias maestro bello, Leonardo, por enseñarme tanto, por permitirme atravesar este portal que es el parto y la maternidad; por volverme cada día más fuerte, más auténtica, más mujer y más yo. Te amo infinitamente. Y amo a tu padre, compañero de vida y pilar que me ha sostenido para atravesar este tremendo portal con todo el amor y la entrega del mundo. ¡Gracias! Francisca Gálvez mamá de Leonardo, amada de Domingo, hija de Lucrecia y Patricio, Antropóloga y Terapeuta de flores y respiración ovárica.
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